Entre 1968 y 1975 nuestro país vivió un periodo denominado guerra sucia. Desde las represiones y matanzas estudiantiles en Ciudad de México hasta las desapariciones forzadas en Guerrero a manos de elementos militares y fuerzas federales, México vivió años de terror bajo el abuso de autoridad, el sigilo para delinquir, la impunidad y la corrupción de quienes supuestamente están para velar por la seguridad de la sociedad. Pero hubo otros territorios nacionales afectados donde se perpetraban otro tipo de crímenes igualmente atroces, sin embargo poco dados a conocer, tales son los casos de feminicidios e infanticidios en el norte mexicano.

Basándose en la novela Los minutos negros, escrita por Martín Solares, el director Mario Muñoz (realizador de Bajo la sal, 2008) cuenta la historia de una cadena de homicidios contra mujeres y niñas en el poblado ficticio de Paracuan a cargo de un asesino serial. El detective Vicente Rangel (un estupendo trabajo actoral de Leonardo Ortizgris) se apoya en otro compañero y un aprendiz (notables actuaciones de Enrique Arreola y Krystyan Ferrer) para dar con la identidad del criminal. Sin embargo, Rangel y compañía se topan con un enemigo todavía más peligroso: un sistema de justicia corrompido al que no solamente no le importa lo que ocurre, sino que además es partícipe de su degradación.

 

¿Podrá Rangel sortear ese oscuro, macabro y sucio universo que reúne al narcotráfico, una red criminal de la más baja calaña y autoridades deleznables? Es una pregunta obligada de hacerse en cuanto el detective manifiesta sus convicciones como un policía interesado en buscar la verdad y hacer justicia. Es la excepción a la regla en un pequeño mundo donde la violencia, la sangre, el machismo y la falta de escrúpulos impera entre hombres que no tienen consideración alguna por las mujeres, y mucho menos por la ley. 

En aras de obtener una respuesta, el espectador se encontrará con un gran acierto del director Mario Muñoz. ¿Cuál? Recurrir al film noir, el cine negro. Apuesta por el cine de género para recorrer junto a Vicente Rangel un entramado de venganza, miedo y sordidez en el que unos intentan sobrevivir y hacer las cosas bien, mientras que otros no escatiman en hacer más putrefacta su ya deplorable decadencia; el problema es que lo hacen a costa de inocentes que parecen no tener escapatoria. Es adentrarse en un círculo vicioso de corte policíaco que puede recordar a Cadena perpetua (1979), de Arturo Ripstein.

Atreverse a hacer una película de cine negro en estos tiempos es osado, pero en este caso de resultados favorables. Muñoz consigue mantener al espectador expectante. Lo entretiene con el tono policíaco y lo incita a remover la entraña por los temas sensibles que aborda. He ahí otro mérito. Si bien es cierto que la historia se sitúa en los setenta, sin ningún inconveniente podemos contextualizarla en la actualidad porque permite reinterpretarla como la realidad dolorosa y preocupante de México con relación a la violencia que sufren las mujeres. Tampoco es menor ubicarla en los setenta si se vislumbra como una lupa atemporal que ya desde entonces avisaba el horror que se padece en mayor escala en 2023 con el asesinato de mujeres de cualquier edad.

Justo después de 1975, previo a una década ochentera de explotación con películas de acción cuyas tramas se centraron en el narcotráfico, aparecieron títulos que comenzaron a recrear la violencia y los fenómenos delincuenciales del país que hasta la fecha impactan en nuestra cotidianidad, especialmente en lo concerniente al tráfico de drogas al norte de México. Un ejemplo es La banda del carro rojo (1978), de Rubén Galindo. El norte fue escenario de un sinfín de ficciones basadas en la realidad para trazarlo como el sitio nacional donde se llevaban a cabo matanzas, motines, contrabando humano y trasiego de estupefacientes. Pero se ignoró, ¿o se eligió ignorar?, que también se registraban feminicidios e infanticidios, crímenes que continúan perpetrándose sin freno alguno. 

Puede decirse que Los minutos negros llegó tarde pero a tiempo para abrirnos los ojos de los setenta y discernir de manera alarmante que en 50 años el panorama trágico de la violencia contra las mujeres se mantiene intacto, o lo que es peor, empeora. Llega tarde pero a tiempo con los claroscuros y el dramatismo del cine noir mexicano cuya metáfora es la vida misma en un país donde el concepto de justicia han querido borrarlo del diccionario, la conciencia y la memoria de sus habitantes.