Napoleón, de Ridley Scott, ofrece una mirada a los orígenes del comandante militar y su rápido y despiadado ascenso a emperador, visto a través del prisma de su adictiva y a menudo volátil relación con su esposa y único amor verdadero, Josefina.

El director está en su salsa cuando se lanza a una piscina colmada con una trama de pasajes históricos y que da para la construcción épica que ha cultivado en su filmografía cada cierto tiempo. Más cuando lo que tiene entre manos es de época y se zambulle a explorar una cultura más primitiva y con menos vergüenza o con casi nada de la sensibilidad moderna. Si hay que ser despiadados, el hombre sabe cómo hacerlo y lo cumple sin concesiones.

Scott venía de dos ejercicios inspirados por hechos reales: La Casa de Gucci y El Último Duelo, ambas de 2021. La primera ambientada en el Siglo XX que no terminaba de cuajar y se pasaba de rosca al intentar explicar más de la cuenta. La segunda, era una demostración de toda su maestría al explorar un suceso que hasta se prestaba para analizar el concepto moderno de la post-verdad, a partir de un episodio trágico entre quienes se creían amigos. Cuando viaja muy al pasado, es cuando Scott saca a relucir sus mejores credenciales.

Ahora lo hace jugando en torno a los mitos de un megalomaniaco y prolijo estratega en público, en contrapunto con un torpe pusilánime en la intimidad. Este bien parece ser el contraste que quiere plasmar Scott sobre la figura de Bonaparte. El hombre tenía una ambición de poder desmedida, buscando el reconocimiento tácito de quienes lo rodeaban; pero que sin embargo era traicionado por decisiones y sensaciones de lo más mundanas y ordinarias. Nadie es perfecto. Esta es la gama de grises de una figura históricamente famosa y sin igual.

¿Qué esperar de Napoleón, lo nuevo de Ridley Scott?

Joaquin Phoenix es perfecto en la dispar representación que debe concretar. Deja en evidencia tanto el Napoleón más duro, frío y calculador; como también a ese inseguro perfil cargado de emociones contradictorias y arrebatos incontrolables, hasta infantiles. A la par suyo está una Vanessa Kirby soberbia en su encarnación de Josephine. Ruda y sensible, desafiante y desvalida. La mujer que controla, pero no tanto; que quiere ser libre, pero no mucho para no perder sus privilegios.

Así como Scott exprime el potencial de las interpretaciones, también lo hace con las capacidades de sus aspectos técnicos. Las batallas lucen gigantescas y descarnadas. La fotografía tiene un trabajo de luz sorprendente a la vista, entre los paisajes desoladores y fríos, frente a la calidez de las luces de las velas en los interiores. Los decorados son magníficos, ultra detallados, y el diseño de vestuario está a punto con sendo trabajo acucioso para todos los personajes. Es realmente admirable como luce todo.

Este año las películas más sobresalientes se han tomado un buen tiempo para contar sus historias. Oppenheimer, de Christopher Nolan, se extiende por tres horas. Los Asesinos de la Luna, de Martin Scorsese, llega a la marca de las tres horas y 26 minutos. Pero a diferencia de esas dos, en que la duración prácticamente no se sentía por el atractivo de lo plasmado en pantalla, en Napoleón su dos horas y 38 minutos sí se constatan como tales. Hay un ritmo más bien inestable entre la teleserie de pareja, el tira y afloja político, y las batallas épicas. Es una entrega que te exige paciencia, porque se cocina a fuego lento, quizás por momentos muy apesadumbrada. Incluso a pesar del intenso uso de elipsis para avanzar rápidamente a través de casi 30 años de historia, rescatando los momentos más destacados sobre el protagonista. Si hasta se toma la libertad de saltarse todo un periodo de embarazo en prácticamente un solo corte de una escena a otra.

Pero sin duda uno de los aspectos más divisivos que tendrá lo nuevo de Ridley Scott son los tintes caricaturescos que por momentos roza la propuesta. Si el espectador no se sumerge en la aceptación de esta forma para contar la historia, quizás eso se convierta en un factor de distanciamiento con lo que está viendo. Si quien observa logra plegarse con estos deslices, funcionará como un decorado de florituras o detalles pintorescos para el gran lienzo que pinta el cineasta.

A pesar de que por momentos su avance se sienta cancino, Napoleón tiene los suficientes méritos para alzarse como la gran propuesta de un cineasta que, con 83 años en el cuerpo, sigue manteniéndose a flote con proyectos de este nivel y envergadura. Merece ser vista solo por ser el testimonio de que un grande del cine se mantiene muy activo.

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