¿Crees que todavía le puedo gustar a alguien? ¿Me ves guapa? ¿Soy aburrida? ¿Estoy vieja? Estas son algunas preguntas que algunos hombres hemos podido escuchar de alguna mujer en cuanto se aproxima a cumplir 40 años, edad estigmatizada por un sector de la sociedad para desdeñar al sexo femenino bajo criterios machistas sobre la sexualidad, la belleza física, el atractivo intelectual y el vigor para efectuar cualquier tarea. Varias veces los varones respondemos a esos cuestionamientos sin comprender bien a bien la presión sociocultural que sienten o reciben las mujeres por acercarse a cuatro décadas de vida.

Con libertad para construir una versión sobre la vida de Sissi, emperatriz de Austria y reina de Hungría, la directora Marie Kreutzer centra su atención en un año crucial de su personaje, el de su cumpleaños 40. Situado en las tres últimas décadas del siglo XIX, el relato nos contextualiza que en dicha época la mujer era vista y tratada como un ser decadente al cumplir esa edad. Dejaba de ser del gusto de los hombres y era percibida como un miembro familiar que únicamente debía llevar a cabo roles hogareños en función de los demás integrantes. 

 

Esa concepción continúa ejerciéndose hasta nuestros días. Por eso es que Corsage se siente moderna, y en gran medida se debe al tratamiento con libertades que la realizadora hace. Por ejemplo, lo acentúa muy bien con la música. La banda sonora se respalda en temas como Let It Be, de Los Beatles, o As Tears Go By, de Los Rolling Stones. O bien La Palma, de Veridis Quo.

Sin caer en una confrontación de víctimas y victimarios, Kreutzer se apoya en una brillante y extraordinaria Vicky Krieps para que la Sissi de Corsage no pase inadvertida para nadie pese a que se le quiere relegar a ese plano por su edad, su peso y su forma de ser. Por el contrario. Con un guiño a Lady Di, la emperatriz se hace notar ante su entorno y se hace querer/respetar por la cámara (tanto en la ficción con el surgimiento de la imagen en movimiento como por la fotografía de Judith Kaufmann con tamaños de encuadre para atenuar su relación/distancia con los otros). La Sissi de Krieps no es inocente ni dócil. En cambio sí es contradictoria, incómoda, inteligente, sensible y rebelde. Toda una humana en sus diferentes emociones según las circunstancias. 

Sissi es capaz de fingir un desmayo para molestar a quienes hablan de su peso, de ser estricta con la dieta de sus asistentes, de deprimirse por un pasaje doloroso, de tener aventuras con su amante, de hacer llorar a quien procura su cabellera. Es una mujer que no cae bien, pero tampoco cae mal. Esa ambivalencia de la Sissi de Krieps es un detalle perspicaz de Kreutzer para evitar un juicio sobre una mujer transparente en sus cualidades y defectos.

El título de la película bien puede interpretarse a esa asfixia social de la época (que igualmente cabe en nuestra actualidad) que se ejerce contra la mujer para desempeñar roles que honren al hombre y su posición, en este caso una realeza en la cual Francisco José (Florian Teichtmeister) necesita mantener una imagen de hombre viril y vigoroso, por lo que su esposa Sissi le representa un obstáculo para ese propósito. Aquí viene otro aporte interesante de la directora: el deseo de libertad y diversión de su protagonista esquiva una confrontación marital melodramática. La emperatriz le busca una amante a su marido.

Dentro de la trama también se apunta de manera sutil hacia los indicios de lo que posteriormente iba a desencadenar en la Primera Guerra Mundial. No son tan grandilocuentes u obvios, sin embargo ahí están como mínimos esbozos de dicho suceso histórico, así como del papel que jugó esta familia real en ese acontecimiento.

Tomándose licencia para un desenlace distinto al que marca la historia real de Sissi, Kreutzer otorga un final hermoso y doloroso a la vez para ella. Esa culminación permite incluso olvidar que se ha visto una película acerca de una emperatriz y valorar que se trató sobre una mujer que quiere y necesita quitarse un corset para hacer una vida a su manera, con el derecho de hacerlo. Concede la posibilidad para reflexionar que cumplir 40 años no debe ser una condena, mucho menos impuesta por el hombre. De hecho, ni siquiera debe pensarse en eso, y sí en aquello que hacemos equivocadamente para apretarle el corset a las mujeres.