En cuanto se anunció la venta de boletos para ver Pinocho en la Cineteca Nacional, la película se volvió imán de taquilla. Las entradas se agotaron rápidamente, y por varios días. Lo mismo ocurrió en cines independientes como Cinemanía y Cine Tonalá, espacios que acogieron la nueva película de Guillermo del Toro luego de que la cadena Cinemex diera marcha atrás de último momento para su exhibición. En la Ciudad de México, nadie quería perderse la oportunidad de verla en pantalla grande antes de su lanzamiento en Netflix.

Chicos y grandes acudieron a las salas con muchas expectativas sobre esta versión del realizador mexicano. Les llamó la atención el tráiler, la información que se publicó sobre su paso por festivales, así como el simple hecho de ser una obra de Guillermo del Toro, un director querido y admirado por la gente. Sus ilusiones fueron recompensadas con creces, incluso con situaciones inesperadas.

En la Cineteca Nacional, el público aplaudió. Varios espectadores abandonaron la sala frotándose los ojos y moqueando. Hubo quienes de inmediato comenzaron a expresar su sentir con sus acompañantes. “Márcale, aquí estoy contigo”, le dijo un joven a su novia, una chica que terminó de ver la película con un fuerte deseo de llamar a su papá y decirle únicamente que lo amaba. Y eso hizo. La llamada se extendió mientras caminó hacia la zona de taquillas. Su pareja, en tanto, atestiguó a la distancia esa escena, respetando ese instante.

¿Qué tiene Pinocho para causar eso? ¿Por qué hay personas que se quiebran para bien? Distintas respuestas. “No se trata nada más de una historia bonita y bien contada. Me parece que nos habla a muchos adultos sobre cosas que no tenemos solucionadas con nuestros padres o con nuestros hijos. En lo particular, creo que me llegó más porque en la pandemia aprendí a valorar precisamente a los míos, sobre todo a los que se fueron”, compartió para Spoiler un espectador que acudió a la Cineteca Nacional junto a su esposa y no pudieron ocultar su lagrimeo. 

Al finalizar una de las funciones en Cinemanía, un padre que iba acompañado de su hijo adolescente rompió en llanto. Tardó en incorporarse de su asiento porque se enjugó sus lágrimas. Ese momento fue aprovechado por el chico para preguntarle qué pasaba. Poniéndose en cuclillas, el joven escuchó a su padre contándole algo al oído y segundos después se abrazaron fuertemente. El señor era el vivo retrato de una persona sacudida a la que al parecer le hacía falta llorar, postal así percibida por el asombro y reacción de sorpresa que tuvo el hijo al cuestionar “Papá, ¿por qué lloras?” tras verlo conmovido.

Pero ese hombre no fue el único en llorar. En esa misma función, una madre llevó a sus dos hijos. En cuanto aparecieron los créditos finales, la mujer se rompió en un lloriqueo contenido. Al ser cuestionada por el más pequeño acerca de su sentimiento, ella respondió que no sabía el motivo para ponerse así, pero que Pinocho le pareció hermosa. Dicho motivo es probable que continúe procesándolo y, sin proponérselo, esa mamá le obsequió a sus hijos la imagen materializada de lo que es el cine. 

¿Generará ese mismo fenómeno viéndose desde la sala del hogar? Quién sabe. Lo cierto es que algo o bastante tienen la pantalla grande y la sala oscura para provocar eso. Una posibilidad que cobra mayor relevancia cuando se tiene como cómplices a una película que como obra exige atender nuestro interior y a la propia experiencia de vida que el público anida en lo profundo de su ser. De esta manera, además de impulsar la animación mexicana, Guillermo del Toro le regaló a los espectadores la opción de llorar.